Pero hay otra contaminación de la que no se habla tan a menudo y que también afecta a nuestra salud, nuestras vidas, y nuestras ganas de hacer cosas: la contaminación burocrática.
Los ecólogos sociales no han prestado aún suficiente atención a este fenómeno, seguramente porque son parte de él, o porque sus salarios proceden del problema, p pero cuando el que tiene ganas de hacer una cosa debe pedir permiso para hacerla a quien no tiene ganas de hacer ninguna y cifró sus esperanzas vitales en conseguir un puesto eterno y cómodo, el medio ambiente social se resiente.
No cabe duda de que la sociedad actual y sus seguridades se basan en controles, normas y permisos, pero el producto final es una especie de jardín para bonsais, donde todo acaba subdesarrollado pro culpa de las excesivas podas, la aportación misérrima de alimento y un medio ambiente, creado pro los más grandes, donde nadie les robe ni una gota de sol, nutrientes o agua a los árboles más grandes.
Vivimos en un mundo donde la burocracia, supuestamente creada para ayudarnos, ha sufrido la captura de los monopolios ya establecidos y se utiliza como barrera de entrada para quienes quieran acceder a un recurso, a un nicho de mercado o a una oportunidad de negocio.
Nos queda la simplificación, pero no nos deja. Y si no, la renuncia, que es a lo que tratan de impulsarnos a pesar de toda la publicidad sobre emprendimiento y autoempleo. Porque no nos engañemos: el emprendimiento y el autoempleo que buscan es el que no les estorbe, ni les moleste, ni compita con ellos. El que les interesa es el que nos mantenga entretenidos luchando por las migajas o convenciéndonos de que cobrar sin trabajar, como becario o en un proyecto de esos que llaman “libres”, es a la postre lo que nos hará sentirnos más realizados.
Para lo demás, burocracia. Que es su perro. Es su grillete. Es su ventaja.
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