Distintas posibilidades ante un secuestro

Helicópteros después del trágico fin del secuestro de Munich.

El secuestro es uno de los delitos más repugnantes que existen, ya que une la violencia, la amenaza, la coacción y el deseo de lucro inmediato, además de compartir algunos rasgos con el terrorismo, ya que busca casi siempre la publicidad de sus fines.

Ante un secuestro hay que preguntarse fundamentalmente qué clase de delincuentes lo han cometido y cuales son sus fines, y sólo entonces cabe plantearse seriamente la posible respuesta, y cual será la más adecuada de entre las opciones disponibles.

-En los casos de secuestros políticos, el consenso a nivel mundial es que es imposible ceder a ningún tipo de petición, pues lo contrario sería dejar la soberanía popular en manos de quien porte las armas. El reciente canje de prisioneros de Israel con los radicales palestinos parece contradecir esta afirmación, pero creemos seriamente que en realidad no es así, sino que se debió más bien al interés político de ambas partes.

-En el resto de secuestros, se planeta siempre la disyuntiva entre las consecuencias de pagar y las de no pagar. Como decía Disraeli, “el pago que se entrega a un secuestrador no es el precio de la liberación del secuestrado, sino una subvención para el siguiente secuestro”. Sin embargo, es perfectamente comprensible que los familiares o afines de las víctimas quieran ver de vuelta, sana y salva, a la persona secuestrada, por lo que es completamente exagerado encausar a los familiares de las víctimas por colaboración con los secuestradores en los casos en los que tratan de hacer efectivo el rescate.

Por lo demás, se plantean siguientes opciones:

a) Si se paga a los secuestradores lo que piden, hay cierta seguridad (nunca completa) de que pongan en libertad al secuestrado, pero esto tendrá un importante “efecto llamada” para que actos similares se repitan en el futuro, con lo que en algún momento hay que detener la espiral.

b) Si no se paga a los secuestradores, la víctima será seguramente asesina, lo que va en descrédito de los estados, que son los responsables de velar por la ciudad de sus ciudadanos.

c) Si se intenta el rescate violento de las víctimas, sin pagar, se hace ver a los secuestradores que su delito no va a carecer de graves riesgos, lo que desincentiva la repetición del delito, pero se pone en peligro la vida del secuestrado y en caso de fracaso también el prestigio del Estado. Los casos más famosos son el de los rehenes de la embajada americana en Teherán y el de los atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich.

Así las cosas, la solución más aconsejable, y por la que se decantan cada vez más países, consiste en pagar escrupulosamente el rescate, recuperar a las víctimas en el mejor estado posible y, acto seguido, perseguir a los secuestradores y a sus afines con el mayor grado posible de violencia, sin escatimar medios para llevarlos ante la justicia o ante el sepulturero, según se desarrollen los acontecimientos.

Este procedimiento, conocido como la doctrina de la represalia, cumple una doble finalidad: minimizar los riesgos de las víctimas y desincentivar la repetición del delito.

Nada es perfecto, por supuesto.

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