Antes de la revolución, algunos escritores rusos críticos con el régimen, se burlaban de ya de la economía de mercado. Uno de ellos, quizás el más agudo, fue Alexander Goncharov, conocido por su inmortal obra Oblomov, que retrata la vagancia y la desidia en su máxima expresión. Si no la conocéis os la recomiendo encarecidamente, porque vale la pena.
En uno de sus artículos publicados en la prensa, aparecía esta parábola que hoy sería políticamente incorrecta, pero que os ruego situéis en su contexto histórico:
Un comerciante judío tenía a la venta un estupendo reloj. Otro comerciante judío lo vio y le propuso comprárselo. Le ofreció 100 rublos . El primero aceptó y la transacción se celebró allí mismo.
A la semana siguiente, el primer judío vió al segundo con el reloj y le dijo que estaba interesado en volver a comprárselo. El segundo aceptó, siempre que el precio fuera razonable y le dejase un beneficio. El precio acordado fueron 200 rublos, porque eso permitía a ambos hacer un buen negocio.
La operación se repitió varias veces y el reloj fue cambiando de manos, aumentando su precio cada vez, porque cada semana se ofrecían mutuamente unos cuantos rublos más por el reloj, que llegó a valer 2000 rublos en la última operación de compra venta.
Durante una de las discusiones, el reloj cayó al suelo, con tan mala suerte que se coló por una rejilla de alcantarilla, desapareciendo ante la mirada espantada de los dos comerciantes, que se abrazaron llorando mientras gritaban desperados:
-¡¡Qué desgracia!! ¿De qué vamos a vivir ahora?
Pues eso mismo cabe preguntarse ahora sobre el funcionamiento del sistema monetario, especialmente con la economía financiera y especulativa de los grandes bancos: ¿no se nos habrá ido por la alcantarilla el negocio a fuerza de intercambiar promesas en lugar de bienes y servicios? ¿No estaremos en la situación de Goncharov, de los que viven de dar vueltas a lo mismo sin crear nada?
¿No estarán tomándonos el pelo con un mismo reloj que se limita a cambiar de manos?
Las transacciones financieras pueden dar la apariencia de prosperidad, pero en el fondo no don más que el juego del reloj, que cambia de manos sin que se genere riqueza alguna en el mundo real.
Y por ese camino parece que vamos
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