¿Alguna vez pensó alguien en la dificultad que puede entrañar, en una ciudad del Noroeste de la península Ibérica, llegar a alquilar una casa rural? Pues sí señores. Este apartado rincón que fue un reino y hoy a duras penas es provincia se supone que tiene / debiera tener en el turismo rural uno de sus principales centros neurálgicos a la hora de generar recursos.
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La realidad, por contra, es bien otra. No existen infraestructuras suficientes, no existe una promoción adecuada y si alguien busca en una zona cercana a Madrid o Galicia un punto de encuentro podría tener en una casa rural en El Bierzo un pivote atractivo. Pues no, la realidad es bien otra.
La realidad es que pese a la demanda creciente de este tipo de servicios, especialmente por parte de los urbanitas que desean un tiempo de relax, naturaleza y aire puro, la oferta no llega a ser lo suficientemente eficaz como para consolidarse como alternativa a otro tipo de zonas de descanso.
El ejemplo de Francia
Cuando alguien cruza los Pirineos y entra en algunos pueblos de la Francia profunda lo primero que sorprenden son sus calles, sus casas, el cuidado y esmero con el que tratan a su patrimonio.
Cuando alguien visita León, Zamora o Braganza -los portugueses también tienen lo suyo- no es extraño encontrarse casas derruidas, cuadras abandonadas, caminos desudados y sí, las administraciones tienen gran parte de la culpa.
No es normal querer coser a impuestos a alguien que pretende pintar la fachada de su casa. No es normal ahogar burocráticamente a alguien que pretende invertir en una casa rural en Astorga, Vitigudino o Villafranca del Bierzo. No es normal que un turista que llegue a la provincia de León y abandone una de las vías principales que la cruzan le cueste más encontrar una casa rural que el camino hacia el Amazonas.
Y mientras tanto las administraciones no saben qué hacer para lograr generar empleo y asentar población para evitar que emigre. La respuesta es fácil: ¿bajar los impuestos y disminuir la burocracia?
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